El gigante de Rammler
La primera vez que uno observa a Roberto en brazos de su padre, el sonriente y bonachón Karl Szmolinsky, uno no puede evitar un pequeño escalofrío.
La criatura, conocida como "el gigante de Rammler", pesa 9,2 kilos de peso, mide más de un metro de altura y, a ojo, podría calzar un 32 de pie. Pero Roberto es sólo un conejo, aunque parezca nacido de la factoría de efectos especiales de Disney o de Steven Spielberg. E incluso tiene apellido, pertenece a la casta Deutschen Riesen Grau, y ha convertido a Szominsky en el ganador por cuarto año consecutivo del torneo de criadores de Berlín y Brandemburgo.
El pacífico animal se ha impuesto sin ninguna oposición, en la ciudad de Eberswalde (ex Alemania comunista, junto a la frontera con Polonia), a los 462 cunicultores participantes. Rudi, de 8,7 kilos y propiedad de Erwin Teichmann, ha tenido que conformarse con un honroso segundo puesto. Alguno ya ha hecho la broma de que el criador, un pensionista de 67 años, además de fabricar superconejos, ha debido también descubrir el hongo que la Alicia de Lewis Carroll mordisqueaba en su país de las maravillas y le convertía en una gigante. Pero Karl Szmolinsky, cunicultor desde hace 42 años, no ha logrado la fama mundial esta semana sólo por sus simpáticos y monstruosos animales, de entre ocho y 10 kilos, sino porque ha conseguido que el férreo régimen comunista de Corea del Norte, siempre con problemas de abasticimientos alimentarios, se interese por ellos y le compre la idea.
Roberto -que ha evitado acabar en la cazuela tras lanzar a la fama a su dueño- y 12 de sus hermanos ya se encuentran camino de Corea del Norte. En abril, el propio Szmolinsky viajará a Corea del Norte para supervisar la creación de una granja destinada a la cría de estos animales, cuyo rendimiento en carne se considera óptimo y ésta es muy apreciada en la cocina norcoreana. El único problema es que estos entrañables bichos consumen vastas cantidades de alimento durante su crecimiento, un problema para una nación de 23 millones de habitantes con severas restricciones de comida y la amenaza constante de sanciones por su programa nuclear.
Todo comenzó el pasado mes de octubre, cuando el cunicultor, un personaje muy conocido en su comarca de Ewersbalde, y a cuya granja acuden semanalmente en procesión cientos de personas para observar a sus bellos engendros, recibió una llamada de la embajada norcoreana en Berlín. Pedían permiso para viajar a su granja y verlos con sus propios ojos.
Los diplomáticos se mostraron gratamente sorprendidos e inmediatamente encargaron ocho hembras y cuatro machos para su traslado a un zoo del país asiático.
La granja de Szmolinsky produce anualmente entre 60 y 80 superconejos, lo que le reporta un beneficio de entre 200 y 250 euros cada uno de ellos. «No sé cuántos más querrán, espero sus órdenes. Pero yo quiero sencillamente ayudar a los norcoreanos», aseguraba estos días a la cadena de televisión alemana N-TV. También ha recibido pedidos desde China.
¿Cuál es el secreto de estos animales que ya hace tiempo deberían estar en el Libro Guiness de los récords? Szmolinsky, pese a su buen humor perpetuo, es reservado a la hora de explicar su sistema, aunque está encantado de enseñar a sus hijos.
De sus reconocidas dotes de cunicultor sólo descubre que los animales son cuidadosamente alimentados con una dieta rica en fibras y proteínas, la mitad en un concentrado especial y la otra en hierbas especiales y forrajes. La carne, absolutamente prohibida. Especial énfasis pone Szmolinsky en que las instalaciones deben ser las adecuadas, limpias, con buena luz y calor, y una higiene extrema que, según él, es absolutamente indispensable para una reproducción ideal. Lo de levantarse alguna vez de madrugada para vigilar el sueño de sus peludos amigos, e incluso darles de comer en la boca, hablarles o ponerles música es opcional, admite con una gran sonrisa mientras degusta un vaso del vino que también crea en su granja. "Ellos son iguales a los humanos. Según el cuidado que les prestes, así crecerán. Los conejos son como mis hijos. Hacia ellos profeso todo el cariño, el respeto y la admiración que se merecen", señala.
Y a través de los altavoces estratégicamente situados en su granja no dejan de sonar las composiciones del genio de Salzburgo, Wolfgang Amadeus Mozart. "Mis niños son felices cuando les pongo sus sinfonías. Inmediatamente paralizan sus orejas y disfrutan de los bellos acordes. Da gusto verlos", asegura.
El público en general desconoce que los conejos son posiblemente los animales más nerviosos sobre la faz de la Tierra. Por ello, Szmolinsky no ha dudado en contratar los servicios de un psicólogo para controlar el estrés de estos orejudos gigantescos, además de un veterinario especializado, un nutricionista encargado de supervisar los granos y el forraje, así como un odontólogo para afrontar sus problemas bucales. Es bastante dudoso que en Corea del Norte estos devoradores de zanahorias sigan teniendo esa privilegiada educación.
No me extrañaría que acabaran acoplándolos a algún misil nuclear o directamente colocaran en ellos las cabezas destructivas y los enviaran de nuevo a casa, volando.
0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio