martes, junio 17, 2008

Ascot, ese extraño mundo

AscotEn las carreras de Ascot, ese evento social de pedigrí, con fama en el mundo entero, en el que las damas pugnan y rivalizan por ser las portadoras del sombrero más ridículo y subnormal que jamás nadie haya contemplado, andan tremendamente preocupados por la decadencia estilística y pérdida de glamour de su tonto certamen, en el que lo que menos cuenta ya son los caballos.
Así, prestos para salvarlo, los responsables del mantenimiento del decoro -que quieren evitar a toda costa fotografías como la de arriba del 'Daily Telegraph' del año pasado en que una de las mujeres no solo es que asistiera osadamente sin sombrero a la importante cita sino que hasta se le olvidaron a la pobre las bragas en casa- han dictado una extensa normativa de soplapolleces y el que no la cumpla no entra y sanseacabó.
A saber... Ninguna dama podrá entrar en ese recinto si la falda no le llega como mínimo hasta cinco centímetros por debajo de la rodilla. (Es probable que hasta se les mida a la entrada con una regla de precisión atómica.) Y las bragas, por supuesto, hay que llevarlas, a ser posible desde casa, pero nunca enseñarlas en público, y se prohíben los vestidos sin tirantes así como los de tirantes de menos de 2,5 centímetros de ancho. (Si hay sospechas, también se medirán, individual y pormenorizadamente.) Los trajes sastre deberán ser de tipo clásico y con la chaqueta y el pantalón del mismo material y color y también se prohíbe ir con el vientre al descubierto. (El sex-appeal del ombligo anglosajón, ya se sabe.) El código de vestuario desaprueba asimismo bronceados artificiales aplicados de forma chapucera, y a los hombres -que tampoco se libran de esta pseudoinquisición- desprenderse de sus chaquetas o corbatas. Y es que los patronos del Royal Enclosure, al que sólo se tiene acceso si uno es invitado, estaban hasta las pelotas del desenfreno que reinaba en tal evento quejándose amargamente en los últimos años de que muchas mujeres llevaban ropa poco adecuada para este lugar al que ineludiblemente acuden los miembros de la familia real británica. De ahí este código de buena conducta que, entre otras muchas cosas, desaconseja también mascar chicle o hablar por teléfono móvil. (De prohibir los sombreros absurdos la normativa no dice nada.)

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